Como los ángeles, mis palomas poseen alas, plumaria gama de colores, movimiento descontado, para hurgar con sus miradas en nuestra conciencia, acercarse unas a otras como apareadas en odios y amores, ocultándose o luciéndose como en una sociedad hipócrita donde nos movemos...para apaciguarlas aparecen siempre flores y hojas, o ellas solas, para teñir el cielo y la tierra de colores descontrolados donde da paso el acento cromático, agresivo, barroquismo de líneas, formas, casuales arabescos de infantil fantasía...
Están ellas en las plazas, calles, los balcones, las azoteas y los jardines de mi ciudad, formando parte del domestico lenguaje de aves que como los gallinazos que poblaron Lima en épocas pasadas, se alimentan de la carroña tan común entre los políticos, hipócritas y otros imaginarios de la fauna peruana. Descansan en las noches de neblina, cuando las lechuzas en una esquina de la calle solitaria anuncian con su presencia y sus guturales mensajes la muerte de un residente, o imponen temor en los transeúntes bohemios, casuales o parroquianos bebedores de aguardiente barato. No hacen sombra a otras pequeñas aves que han hecho de Lima su lugar fijo, como tampoco invaden territorios propios de pelícanos, guanay, cormoranes y otros elitistas y aristocráticos pájaros veraniegos de la geografía costeña.
Cuando las veo en mis cuadros, guardan encantados sueños y frustraciones mil en su voluminoso cuerpo, en sus alas que protegen el mismo, en sus picos indiferentes y trasmiten en lenguaje familiar pero oculto, un gesto chismoso de barrio que trasciende en los vecinos de enfrente. Están allí cual crítica señora tras la ventana, la mirada que se oculta para no ser vista, pero con la dulce belleza de las aves de todas las plazas, de toda la historia...tranquilas, observadoras, bebedoras, comilonas, elegante en su vuelo, volando hacia el infinito.
Están ellas en las plazas, calles, los balcones, las azoteas y los jardines de mi ciudad, formando parte del domestico lenguaje de aves que como los gallinazos que poblaron Lima en épocas pasadas, se alimentan de la carroña tan común entre los políticos, hipócritas y otros imaginarios de la fauna peruana. Descansan en las noches de neblina, cuando las lechuzas en una esquina de la calle solitaria anuncian con su presencia y sus guturales mensajes la muerte de un residente, o imponen temor en los transeúntes bohemios, casuales o parroquianos bebedores de aguardiente barato. No hacen sombra a otras pequeñas aves que han hecho de Lima su lugar fijo, como tampoco invaden territorios propios de pelícanos, guanay, cormoranes y otros elitistas y aristocráticos pájaros veraniegos de la geografía costeña.
Cuando las veo en mis cuadros, guardan encantados sueños y frustraciones mil en su voluminoso cuerpo, en sus alas que protegen el mismo, en sus picos indiferentes y trasmiten en lenguaje familiar pero oculto, un gesto chismoso de barrio que trasciende en los vecinos de enfrente. Están allí cual crítica señora tras la ventana, la mirada que se oculta para no ser vista, pero con la dulce belleza de las aves de todas las plazas, de toda la historia...tranquilas, observadoras, bebedoras, comilonas, elegante en su vuelo, volando hacia el infinito.
Autor: Maestro Enrique Bustamante
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